El sueño de una Navidad en Praga

Navidad en Praga
Navidad en Praga

Como en todos los ámbitos de la vida, creo que para los viajes también hay algunos clichés. Desde irse de fiesta a Ibiza hasta pasar San Patricio en Irlanda, pasar fin de año en Times Square o poder atender al increíble Hanami en Japón, hay muchos sueños viajeros de fiestas y lugares que nos encantaría poder experimentar en algún momento. Incluso con las comidas o las tradiciones, parece que siempre me gusta encontrar cosas puntuales para hacer en ciertos lugares del mundo.

Mi caso con la Navidad, bueno, era muy puntual. Desde chica soñaba con el festejo europeo, así de sencillo. La primera vez que había leído sobre los mercados navideños que se arman en las ciudades, había quedado absolutamente fascinada. Alguna vez en mi vida, quería pasar una Navidad al estilo del viejo continente, tomando vino caliente en las calles, abrigada hasta los dientes, con nieve, decoraciones y ese olor a canela y especies flotando por todos lados. Había viajado en enero y agarrado pedacitos de lo que quedaba de la Navidad, pero nunca había llegado a pasar una allá. 

Resulta que a veces los sueños se dan, y de las maneras más especiales. Praga había estado en mi lista de ciudades pendientes por muchos años, y cada persona que la visitaba no dejaba de decirme lo fascinante que era esa pequeña capital. Cada vez que veía fotos, me quedaba con la boca abierta, observando la arquitectura, los paisajes, ese aire de volver en el tiempo que tenía cada una de las imágenes.

Allá por febrero de 2017, mi novio me regaló tres frasquitos de té. El nombre de uno de ellos era “Navidad en Praga”, con todos los olores y sabores que, me imaginaba, debía tener la víspera de fiestas en el viejo continente y que a mí tanto me gustaban. Entre bromas y habiendo visitado las otras dos ciudades a las que hacían alusión las infusiones, comentamos lo lindo que sería poder pasar una Navidad en una de las capitales más pintorescas del mundo, rodeados de árboles, luces y puestitos acordes a la ocasión. Habíamos pasado ya Año Nuevo lejos de casa, juntos y por separado, pero nunca habíamos tenido la experiencia de pasar una Navidad en otro lugar del mundo y lejos de nuestras familias.

Diez meses después, nos encontrábamos brindando con vino caliente en Charles Square. Enfrente del Reloj Astronómico y con un montón de gente, para variar, desconocida, recibíamos la Navidad junto a las temperaturas bajo cero de República Checa, mientras cantábamos felizmente las estrofas de All I Want For Christmas Is You y un muchacho chino nos filmaba. Capaz estamos en YouTube y todo.

Miro la foto de la nota y se me pasan por la cabeza un montón de cosas. La ansiedad, la felicidad, esas cosas raras que sentimos cuando estamos en el exterior, cuando pasamos una fecha de esas, cuando cumplimos un sueño viajero de hacía muchos años. Es raro, porque uno se siente lejos de casa, y a la vez feliz por estar experimentando una cosa así. Cuesta un poco caer y ser conscientes de lo que estamos haciendo. Es una sensación muy especial.

Llegamos a Praga un 23 de diciembre, en un tren que nos traía desde Brno, que ya nos había dado una probadita de lo hermoso que es este país. Hacía frío y viajabamos en un compartimiento para seis, con todas nuestras valijas y una señora que olía bastante mal. Los trenes checos resultaron ser cómodos, espaciosos y tranquilos (además de baratos), y llegamos sin inconvenientes a la estación principal alrededor del mediodía.

Veníamos de haber pasado unos días en Budapest, entrenados y acostumbrados ya a que el inglés hablado no era mucho mejor que el nuestro, pero la gente en general nos trató amablemente. No tuvimos problemas para comprar los tickets de la línea de metro que nos iba a llevar hasta nuestro apartamento. Sacamos un pase de tres días, mientras nos poníamos en contacto con Lukas, que nos iba a dar las llaves del departamento que habíamos reservado por Booking. Los precios en esa época tan particular no nos habían resultado super económicos, pero ese departamentito a pocos metros del bello Wenceslas Square nos había salido barato y la ubicación resultó ideal para conocer la ciudad.

Como siempre me gusta contar el lado B de las cosas, y no sólo quedarme con las crónicas lindas, tengo que contar que nuestra experiencia con el departamento empezó de la forma… equivocada. No me malinterpreten, el departamento me pareció hermoso y volveríamos a elegirlo, pero cuando llegamos las cosas no parecían tan lindas. Llegamos y a los pocos minutos apareció Lukas, con las llaves para un edificio que tenía una pinta bastante vieja. Claro, en Europa, no necesariamente es algo mal. Ahora bien, el edificio estaba en obra. No había luces en los pasillos y daba la sensación de estar abandonado, con huecos de ventanas sin vidrios (el frío que hacía en el hall, mamita) y algunos cartones en los pisos. Por esos segundos en que nos subíamos al ascensor, pensé que habíamos sido estafados, que era uno de esos casos de fotos que se ven hermosas y departamentos que no cumplen, ni por asomo, con lo prometido. Sin embargo, al abrir una puerta medio desvencijada en un corredor vacío y lleno de polvo de construcción, apareció un departamento encantador e increíblemente fiel a las fotografías. Un techo con ventanitas como en las películas, camas impecables, una cocina grande con lavarropas y tender, una habitación principal gigante con baño ensuite. Respiramos tranquilos. El edificio en obra no era más que anecdótico y nuestras caras de pánico quedaron como un recuerdo de viaje más.

Entre valijas y llaves, no habíamos podido ni mirar a nuestro alrededor. Estábamos expectantes. Afuera amenazaba con llover pero no importaba mucho. Estábamos en Praga y veíamos las casitas desde la ventana de nuestro departamento. Era un poquito como estar adentro de un sueño.

Me habían dicho que esta ciudad tenía algo encantador y, realmente, sólo lo entendí cuando empecé a caminar por sus calles. Es caer de cabeza en un cuento, pero hay algo más. Incluso sentándonos en un pub a ver el clásico español, incluso caminando por calles abarrotadas de gente, incluso tratando que los contingentes chinos no salgan en las fotos… Hay algo que va más allá de todo, y que está latente en cada paso que das. Praga es encantadora, así sin vueltas.

Y cuando cae la noche, es otra historia. Me pasó que me quedó un recuerdo muy puntual. Había llovido un poco y, cuando paró, quisimos salir a comer algo a un mercadito, la noche del 23. La magia de las calles después de la lluvia, la escasez de gente, la belleza de las luces reflejadas en el pavimento, el olor a vino caliente y el murmullo de canciones navideñas. Son esos momentos que te parás donde estás y simplemente observás, porque todo parece frágil. Te sentís sumergido en un mundo que parece sacado de otro lado. Son esas situaciones en las que agradezco a la vida poder viajar y disfrutar de esos instantes.

El primer día lo dedicamos a turistear. Como todos esos rincones a los que tenés que ir cuando visitás un lugar así, terminamos caminando por las orillas del Moldava, hasta alcanzar el famoso Puente de Carlos. No pudimos evitar meternos entre los cientos de turistas, así como tampoco escaparnos a un pub a comer, observando a los locales y a todos los visitantes que esas épocas mueven en las ciudades europeas.

El consumismo se vive de otra manera en Europa, por lo menos a mi parecer y desde este lugar en particular. La gente rodea los locales comerciales, pero también se abarrota en los mercados navideños, en los restaurantes o los puestos de comida, disfrutando de la época más que buscando una excusa para comprar. Parece más como una vacación, como un momento para desconectar y disfrutar, y no un rally para hacer todo antes de la noche del 24. Gorros de lana, bufandas gruesas, abrigos largos. Todo parecía una pintura utópica para nosotros, que habíamos pasado las últimas Navidades sentados abajo del aire acondicionado y luchando por terminar esa última porción de vittel toné. Los locales empezaron a cerrar muy temprano, algo a lo que no estamos muy acostumbrados, por lo que alrededor de las tres, cuatro de la tarde, sólo éramos los turistas, algunos negocios gastronómicos y los mercaditos navideños, que seguían presentes en todos los rincones de la ciudad. No pudimos evitar comer un Trdelnik a la tarde, uno de los postres típicos, mientras esperábamos la hora de volver al departamento y prepararnos para los festejos.

El 24 a la noche, todos los restaurantes estaban llenos, por lo menos los que se encontraban abiertos. Recomendable es reservar con tiempo. Sino, los mercaditos siempre están a la espera, con su lomito de Praga, sus salchichas o brochettes, para comer parados y disfrutando de los conciertos Navideños. A minutos de las doce, la gente se reune alrededor del Reloj Astronómico, haciendo la cuenta regresiva todos juntos. Es algo muy especial. Más allá que habíamos vivido el Año Nuevo, la Navidad tiene otro clima. No hay fuegos artificiales, no hay ruidos ni tanto caos. La gente se mira, se abraza, disfruta del momento. Nosotros seguimos la noche en un pub, pero por lo general es una fiesta mucho más tranquila que comparten con la familia. Muchos locales incluso cierran a eso de las 23 horas y son pocos los que siguen la fiesta después de las 00. 

El 25, el clima turístico vuelve, aunque muchas atracciones están cerradas. Se nota que todos aquellos que fueron de visita, lejos de querer aprovechar el feriado para descansar, están buscando algo para hacer. Nosotros pasamos nuestro día en Malá Strana, uno de los barrios más artísticos de Praga, visitando el Castillo, el Muro de John Lennon, algunas librerías que estaban abiertas y aprovechando un poco también la tranquilidad que ofrecían otras zonas menos turísticas. Aunque muchos locales se encontraban cerrados, por la noche todo vuelve a la normalidad y pudimos salir a comer sin problemas. Igualmente en en las calles queda ese ambiente, esa vibra que traen las fiestas, con todos sus detalles todavía abrazando los rincones de Praga.

Esto es únicamente una historia personal, un recuerdo que me quedó de mi paso por esta ciudad bella, y que quería compartir. Otro pequeño sueño cumplido. En los próximos posts llegará la info y los lugares que recomiendo conocer en esta capital, que nos dejó un recuerdo hermoso de una de las fiestas que más deseaba pasar en el exterior.

Como siempre digo, creo que la impresión de un país —en especial, la primera— se basa en momentos, en olores, en colores, en gente y lugares, en una sensación muy única y personal. Cada uno se lleva sus propias experiencias, sin juicios previos u opiniones ajenas que valgan. Vivir la Navidad en Praga no sólo me hizo llevarme las mejores postales navideñas de mi vida, sino también una impresión única de una ciudad de cuentos. Porque les puedo asegurar que, si hay algo más lindo que Praga, es vivir el sueño de una Navidad en Praga.

Etiquetas: , , , , , , ,

Related Posts

Previous Post Next Post

Comments

    • Betty
    • 13 abril, 2018
    Responder

    Hola Dani,
    Es un placer leerte como siempre! sos tan descriptiva que nos llevás al lugar con tus mismas sensaciones.
    Praga es otro pendiente y me encantaría que fuera en Navidad también, veremos si lo logro en algún momento… Otra opción es un road trip por Polonia, R.Checa y algún otro país vecino… Soñar no cuesta nada jaja
    Besos

  1. Dani Coccorullo
    Responder

    Muchas gracias por tu comentario Betty! Me alegra mucho poder llevarlos un ratito de viaje! Nosotros estuvimos recorriendo bastante República Checa en tren y realmente nos pareció soñado para un road trip. Ojalá puedan hacelo!!
    Besos!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

25 shares