Perfección Suiza: tres días en Zurich

Zurich en Enero - PH: Daniela Coccorullo
Zurich en Enero - PH: Daniela Coccorullo

Hay ciudades que nos dejan impresiones que van más allá de lo que esperábamos encontrar. Creo que esa es una de las cosas más lindas de viajar: llevarnos experiencias únicas, diferentes, personales y totalmente inesperadas. Cosas que nos pasan en el camino, creo que es una buena forma de llamarlo. Con total honestidad, si un año antes de este viaje a Europa alguien me hubiera dicho que iba a terminar yendo a Zurich, me hubiese parecido una locura. Es una ciudad que nunca planeé conocer y que, aún así, me entusiasmaba muchísimo.

Llegamos en tren desde Lugano, otra belleza suiza que merece su nota. Los trenes SSB, la compañía ferroviaria de Suiza, son un lujo. Y los paisajes que se recorren de sur a norte, en pleno invierno y cubiertos de nieve, son sacados de un cuento. Más de un 60% del país está cubierto de montañas, y esto no hace más que convertir un simple transporte en un camino entre picos y ciudades que se alzan en laderas y superficies irregulares. Es una belleza.

Llegué a Zurich con una gripe que me moría, y con algo de fiebre. Porque, sí, estas cosas también pasan en los viajes, en especial con temperaturas que ni siquiera llegan a los cero grados y cielos grises que nos privan del consuelo de unos rayos de sol. Pero no me canso de decir que todo frío es soportable si la recompensa son los paisajes nevados y las ciudades navideñas de Europa, así que, como diría mi abuela, sarna con gusto no pica.

La estación de trenes es, en sí, linda. Veníamos de Italia, donde las estaciones de trenes no son nada del otro mundo, por lo que apreciamos estar en una estación que parece más la entrada de un shopping o un museo. De verdad. El tablero con todos los horarios brillaba cuando nos bajamos del tren y fuimos directamente a la oficina de turismo. Después de pedir mapas y algunas indicaciones, tuvimos la pésima idea de ir caminando hasta nuestro hotel que, obviamente, estaba en una calle en subida. Y había un tranvía que nos dejaba a media cuadra. Lo que sí destaco es que tuvimos un paneo de la ciudad bajo el día gris que, descubrimos después, es un estado que puede durar semanas en Zurich. Pulcra, prolija, ordenada, limpia… Son todos los mismos calificativos los que se me escapan porque, sí, es así.

Nos alojamos en el Leonardo Hotel Rigihof Zurich que, voy a ser sincera, elegimos por una cuestión de presupuesto. Si había algo que me habían dicho de este país antes de viajar era cuán caro era todo. Y sí, nadie se había equivocado. Este hotel, sorprendentemente un cuatro estrellas, fue lo más baratito que encontramos para quedarnos dos noches. Las ventajas del invierno: llegamos y, en español (la recepcionista era latinoamericana), nos comentaron que nos iban a dar una habitación mejor porque tenían disponibilidad. Ya arrancamos bien.

Esa noche decidimos quedarnos en el hotel porque yo estaba a ibuprofeno, pañuelitos de papel y té de limón con jengibre (suerte que la habitación tenía pava eléctrica). La decisión fue porque al día siguiente teníamos una excursión a Mount Titlis, sobre la cual ya contaré un poco, y tenía que estar por lo menos… bueno, sin fiebre me alcanzaba.

Cuando volvimos de la excursión esa noche, salimos a caminar un poco la ciudad, algo que todavía no habíamos conseguido hacer después de tantas idas y vueltas. Bahnhofstrasse (gracias Google por corregir mi alemán), es una de las calles a las que se sale desde la estación y que está llena de locales y luces por la noche, un lugar muy agradable para caminar. Si bien dimos algunas vueltas, la excursión nos había dejado fusilados y, después de una cena rápida (¿adivinen de dónde? Sí, del super), nos fuimos a prepararnos para el día siguiente, donde teníamos planificado recorrer todo lo que pudiéramos antes de tomar el micro que esa misma noche nos llevaba de vuelta a Italia.

Por la mañana, después de desayunar algo, salimos a caminar. Sabíamos que no teníamos tiempo para museos y lugares que nos demandaran muchas horas. Lamentablemente, después de este viaje aprendimos que menos es más y que, a veces, hay que tener en cuenta que puede haber eventualidades y que hacer todo corriendo tampoco está bueno.

Recorrimos los alrededores del Río Limago. Pasamos por el Lindenhofplatz, un parque que nos da una bella vista de la ciudad. Hay que caminar un poco en subida, pero el panorama que se obtiene desde el parque es muy bello. Nos tocaron días grises, de nieve, niebla y frío. Nos contaron que este clima, en invierno, puede durar mucho tiempo, y pueden estar semanas sin ver el sol. Y aún así Zurich supo mostrarnos un paisaje que nos robó el aliento. Después seguimos por Rathausbrucke, con su comida callejera, y volvimos a bordear el río hasta alcanzar Quaibrücke, otro puente que ofrece vistas muy bellas del centro de la ciudad. Volviendo por Limmatquai, pueden verse muchos edificios antiguos y construcciones impecables con detalles que vale la pena observar.

Fue una ciudad en la que nos dedicamos a caminar, que decidimos conocer en lo cotidiano, algo que marcó mucho este último viaje que hice. Soy partidaria de no buscar hacer todo lo meramente turístico en un destino, sino aprender a disfrutarlo como a cada uno le gusta: recorriendo sus museos o sus calles, conociendo sus restaurantes o sus supermercados, haciendo tours o conociendo gente… Lo que cada uno disfrute más. Después de todo, nosotros somos los que nos llevamos los recuerdos. Y yo de Zurich, con gripe y todo, me llevé los mejores.

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