Siempre nos quedará París

Roue de Paris - PH: Daniela Coccorullo
Roue de Paris - PH: Daniela Coccorullo

Siempre nos quedan cosas de los viajes: lugares de los que nos enamoramos, otros a los que no volveríamos; lugares en los que nos quedaríamos un poco más, o algunos en los que nos gustaría quedarnos a vivir. París, para mí, es otra cosa. Es una ciudad caprichosa, que te enamora en un día con desencantos, con rincones fríos y desgastados, con cafés estrechos y calles que no llevan a ningún lado. Que te enamora con días grises y atisbos de un sol de invierno que te deja apreciarla un poco mejor, sólo para después pegar la vuelta y volver a esos días de nostalgia.

Nunca fui fanática de apurarme para recorrer un lugar: creo firmemente que se necesitan varios días, sobre todo en las ciudades grandes, para conocerlas un poco. Sin embargo, no era mi primera vez en París. Fue volver, sólo por dos días, con tiempo perdido entre viajes y peripecias, para verla de vuelta. Porque es así, es una amante caprichosa, es una ciudad que te encanta a su manera. Lo mío no fue amor a primera vista, sino que tuvo que pasar el tiempo y los viajes para darme cuenta que en realidad había estado en una de las ciudades más lindas del mundo sin siquiera haberme dado cuenta. Y dos días no son ni serán nunca suficientes para París, pero a veces los amores nos obligan a tomar lo que podemos y conformarnos.

Después de un vuelo muy económico de Air France (ojo con la letra chica, que no incluye el equipaje facturado en el pasaje), uno de los mejores de Europa, llegamos a Charles de Gaulle. Yo había llegado por tierra la última vez, por lo que esta vuelta tuve el espectáculo desde que llegué: es un aeropuerto impresionante, con esos detalles tan típicos de la ciudad, en el que las horas de espera dan más bien gusto. Nos quedamos en uno de los hoteles del aeropuerto, que tienen transfer desde las terminales hasta la puerta del hotel. Se justifica para estancias cortas, ya que hay una buena distancia hasta el centro de la ciudad.

El frío en París es duro en invierno, al punto de que llegamos a los Jardines de Luxemburgo para encontrarnos con fuentes congeladas y restos de hielo por los caminos. Con un clima cambiante, nos encontramos a la distancia con la Torre Eiffel en un cielo nublado, tan sólo para llegar a la base y encontrarnos con un día de sol. Mucho fue lo que cambiaron los controles desde la última vez, y la seguridad es ahora otro personaje más dentro de la postal bellísima de uno de los monumentos más famosos del mundo.

Con sus Jardins du Trocadéro, la vista de la torre es imponente. Ya había subido la última vez que había estado allá (visita obligada, llueva, truene o garúe), así que esta vez me dediqué a disfrutar de los alrededores. Esos puestitos que venden café a un precio disparatado, las parejas de la mano, los vendedores ambulantes que a toda costa quieren venderte esas réplicas de la Torre Eiffel que acá conseguís en Once… Es todo un panorama, un espectáculo; es de esos recuerdos concretos que te quedan en la mente y que te hacen añorar un lugar, querer volver siempre… Esa fue la sensación que me llevé de París. Y volvería una y mil veces.

Por la tarde, infaltable la caminata por la Avenue des Champs-Élysées, donde la gente disfruta de vidrieras, restaurantes y lujos cuando las luces van cayendo en el invierno parisino. Además de las tiendas más caras, hay también locales ATP donde podemos llevarnos algo (Sephora es uno favorito personal). La vista del famoso Arco del Triunfo tiene ahora un plus: mirando para el otro lado, en la distancia, se puede ver la nueva Roue de Paris, una vuelta al mundo mágica en Place de la Concorde. Otra parada obligada donde se ven la rueda y la torre con su iluminación nocturna, un espectáculo bastante único.

De ahí, seguimos por el Jardín des Tuileries hasta el Louvre. París es una ciudad diferente de noche y de día: la calidez que le dan las luces la hace todavía más increíble que cuando tenemos la suerte de tener un cielo celeste. La belleza de sus calles y sus puentes es única cuando ya queda poca gente y las luces se reflejan en los rincones más transitados de la ciudad.

Nuestro camino terminó en el famoso Pont Des Arts, que ya perdió todos sus candados llenos de promesas de amor, pero que no deja de tener su encanto y su historia.

En un regreso más bien complicado —no es tan fácil encontrar baños públicos en la noche parisina—, terminamos en la estación Les Halles y conociendo por casualidad uno de los recientemente remodelados atractivos de la ciudad, el Forum des Halles, un mercado convertido en un bellísimo centro comercial, para los fanáticos de hacer shopping. Más allá de ser un increíble centro de compras, vale la pena pegarle una visita al magnífico edificio que estuvo en obra por seis años.

Aunque fue mi segunda visita a París, creo que es de esas ciudades que siempre van a tener un rincón nuevo para conocer, un barrio por descubrir, un café en el que sentarse a observar la gente pasar y disfrutar de la belleza de sus calles. Todavía me quedan pendientes Versalles y Eurodisney así que creo que nos volveremos a ver las caras en algún futuro, espero no muy lejano.

Creo que a veces no importa a dónde vayamos, hay lugares que no se olvidan.

En lo personal, creo que no importa que tanto viajemos; en los recuerdos, siempre nos quedará París.

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