Con el corazón en Roma

Coliseo - PH: Daniela Coccorullo
Coliseo - PH: Daniela Coccorullo

De Roma tengo un recuerdo muy particular, una sensación que todavía tengo fresca. Llegaba del norte de Europa. Tenía esa imagen del continente que tienen Londres o Frankfurt, algo atípicamente ordenado, extremadamente metódico, con una pulcritud muy única. Llegar a la capital italiana fue llegar a algo conocido: el ruido, el desorden, la gente hablando en un tono más alto del necesario, el caos de tráfico… Familiar. Como en casa, pensé. Fue una sensación extraña, esa de sentir que conocés un lugar a la perfección incluso cuando es la primera vez que llegás. Una mezcla entre esa familiaridad y la fascinación de estar en un lugar tan lleno de historia y de vida como es la capital italiana.

Y el sentimiento crece cada vez más a medida que te adentrás en la ciudad. No hicieron más que leer mi apellido para querer saber de dónde habían venido mis abuelos y ponerse a hablar como si nos conocieramos de toda la vida (o como si yo los entendiera). No tuve más que decir mi edad para que quisieran recomendarme lugares para salir a la noche. No tuve que decir mucho, porque me sentía demasiado familiarizada con todo el ambiente que se genera en una de las ciudades más bellas que tuve la suerte de conocer. Sí, porque la perfección de otras ciudades no se pudo comparar con ese atractivo tosco que tiene Roma. Roma es arte. Es esa imperfección que, en su esplendor, te emociona, te hace sentir algo muy distinto a otros lugares.

Imposible olvidar esa primera imagen del Coliseo, entrando a la ciudad. Entre el caos de gente y autos se impone, como algo que parece de fantasía, como algo que parece construido adrede para deleitar a los turistas. Toda la belleza de lo antiguo, que parece encastrado entre la vida actual. El pensamiento de ponerse en lugar de esa gente romana, que convive con ese entorno casi mágico, que parece sacado de un libro.

Las personas nos parecen conocidas, la vida nos parece familiar, incluso en ese escenario único. La comodidad de sentirnos en un lugar donde las costumbres son las mismas, donde la comida nos resulta familiar y fácil de digerir, porque es la comida que conocemos, las comidas que nos hacía la abuela. Es comer una pizza, un gelato, unas pastas. Es ese balance hermoso entre Europa y la costumbre. Es el corazón de Italia, y queda en el corazón de todos.

Es dificil elegir un destino favorito, pero sí es fácil saber aquellos lugares a los que necesariamente debemos volver porque todavía nos queda mucho por hacer, por ver, y por volver a disfrutar. Recuerdo pararme en la Fontana Di Trevi a tirar una moneda, con un entorno lleno, llenísimo de gente y de ese bullicio que la capital conoce tan bien. Y mi deseo fue volver. Fue poder experimentar de nuevo esa sensación de estar en casa, a miles de kilómetros de mi ciudad.

Siempre creo que dejamos una parte de nosotros en los lugares que visitamos y la sensación es diferente al volver.

Espero que el deseo se cumpla pronto.

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