Entre Europa y Asia: un stopover en Estambul

Estambul desde la Torre de Galata - PH: Daniela Coccorullo
Estambul desde la Torre de Galata - PH: Daniela Coccorullo

Después de una fortuita promo loca de Turkish (ya contaremos en otro momento dicha promo y cómo fue viajar con esta aerolínea), tuvimos la suerte de contar con un stopover en Estambul. Al principio nos parecía bastante difícil de creer; la verdad dentro de unos meses vamos a estar en Turquía, ¡en Turquía!—; el país nunca había estado en nuestros planes. Con una madre fanática de las novelas turcas, había escuchado mucho sobre este lugar, sus costumbres y sus edificios más famosos, pero no sabía mucho más que eso. Me puse a investigar un poco, pero aún sin saber realmente qué esperar de esta ciudad ubicada entre dos continentes y con una cultura tan diferente a la nuestra.

Llegamos muy tarde, y pedimos un transfer desde el hotel para que nos pasara a buscar por Ataturk, el aeropuerto internacional. Siendo tres personas, el precio resultaba bien para el promedio de un taxi en Europa: pagamos 160 liras turcas, algo de 35 euros. Un transfer nos salía lo mismo más o menos (para tres) y este nos esperaba y nos dejaba en la puerta del hotel. También tienen la opción de tomar el metro, pero hay que estar atentos a los horarios: funciona de 6 de la mañana a 12 de la noche. La línea que va hasta el aeropuerto es la M1, y es probable que después tengan que hacer alguna combinación si se alojan en la parte más turística.   

Esa misma noche, probamos un kebab (non spicy, que resultó ser picante de verdad), y decidimos guardarnos para el siguiente día, que teníamos poco tiempo y mucho para conocer. Por más buena que sea Turkish, todos los vuelos de tantas horas son agotadores. Nuestro hotel, el Magnaura House Hotel, está en una ubicación ideal. Muy cerca de la Mezquita Azul, pasamos esa noche con el transfer por semejante estructura imponente, que no podíamos dejar de conocer al día siguiente. La realidad es que durante los viajes que hice en el último tiempo, tuve la oportunidad de conocer muchos lugares fascinantes. Sin embargo, Estambul es un sobresalto constante. Hay tanta majestuosidad en sus construcciones. Las mezquitas no son más que un ejemplo de todo lo bello que hay en esta ciudad.

Para aprovechar la luz solar de los últimos días de otoño, que es poca, arrancamos muy temprano con el recorrido. Lo bueno de Estambul es que el clima es mucho menos crudo que en otras zonas de Europa, y pudimos disfrutar de un día despejado y unos 15 grados a pocos días que comenzara el invierno (como para ir entrando en clima, después de tener 30 grados el día anterior en el hemisferio sur). El desayuno en el hotel lo tomamos alrededor de las ocho de la mañana, horario justo para disfrutar de la salida del sol desde la terraza. Si hay algo fascinante son los amaneceres y atardeceres sobre el Cuerno de Oro. Algo que no hay que perderse, de verdad. 

Estambul resulta una ciudad sin dudas pintoresca y variopinta para caminarla, incluso a pesar del tráfico y el turismo, que abundan. El camino por el barrio de Fatih, uno de los más populares de la zona europea, resulta casi surrealista. Cuando se van asomando los minaretes de las mezquitas, esas torres imponentes que parecen salidas de una película. Uno se siente tan pequeño; esa es una de las cosas más fascinantes de viajar. En Estambul no fue más que una reafirmación de esa belleza que tiene Europa, con su antigüedad y su historia tan a flor de piel.

Pasando la Mezquita Azul y Santa Sofía, una parada obligada fueron los bazares. Ya contaremos un poco más en otro post sobre dos de los más famosos, donde pueden llevarse los recuerdos más particulares de Estambul, sólo si pueden regatear a los vendedores (algo que, a decir verdad, no es mi fuerte). No me canso de repetir que las calles y los rincones de esta ciudad despiertan encanto, sorpresa y algo muy especial. Con cada paso hay algún detalle para ver, algo nuevo, algo imponente. Los bazares no son más que un ejemplo de algo a lo que estamos muy poco acostumbrados y que resulta emocionante por el simple hecho de ser desconocido. 

Tomar un té turco en una mesita en la calle, viendo la gente pasar y aprovechando las temperaturas gentiles que nos tocarnos en el final de la primavera, fue sin dudas también otro punto fuerte de esta ciudad. Es una escena única, tan distinta a la que estamos acostumbrados que guarda cierta magia extraña. Esa fue la sensación con la que nos movimos por este destino. Los mismos locales se toman constantemente su tiempo para disfrutar de esta bebida típica, que abunda por las calles, los mercados y el día a día como pausa dentro y fuera de la jornada de trabajo. 

El puente de Galata, con sus pescadores y ese caos constante con el que vibra el famoso Cuerno de Oro, es una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. ¡Si nos llevaremos postales de este lugar! Aunque los caminos son largos e irregulares, es difícil cansarse de caminar por sus calles. No sólo consiguen acá el pescado fresco, sino que también hay muchos restaurantes debajo del puente que lo venden y que permiten disfrutar de otras especialidades turcas. Es una zona un poco más caótica que otras, pero sin dudas un buen lugar para sentarse a observar la ciudad. Particularmente soy fan de estos lugares atestados de gente común, que muestran la vida más típica. 

Pasando el puente, Karaköy nos esperaba con la famosa Torre de Galata y sus alrededores, llenos de locales, cafés y turismo. También es una zona muy intensa y llena de gente, donde las calles irregulares van llevando a rincones de lo más interesantes. La subida a la torre es, en mi opinión, una parada obligatoria para disfrutar de la ciudad desde otro ángulo. Estambul es bellísima, y su vista panorámica sin dudas no decepciona. Hay un restaurante dentro de la torre, pero es necesario tener reserva para comer ahí. La verdad los precios son más elevados que en otros lugares de la ciudad, pero no es una locura. Si van a darse un gusto, los precios de Estambul hacen que pueda ser mucho más accesible que en otro lugares. 

Caminando bastante pero disfrutando del paisaje, llegamos hasta la peatonal Istiklal, sin dudas una calle famosa y llena de locales. Si lo que buscan es hacer compras, este es el lugar. Hay muchísima vida local en esta zona, varios restaurantes y hasta artistas callejeros. Una parte muy linda de la ciudad para conocer y hacer un poco de shopping, aún en la parte europea de Turquía.

Por la tarde decidimos conocer también la parte asiática. El metro de Estambul es un buen medio para moverse por una ciudad tan grande. Es recomendable sacar los viajes por ventanilla, ya que en cantidad salen más baratos que por las máquinas. Es rarisimo que no exista el concepto de “combinación” en la ciudad turca, y que cada tramo se realice por separado. Pero con el boleto por tiempo pueden utilizar también el tranvía, que es otro medio ideal para moverse y aprovechar para conocer. No es complicado utilizar el transporte público; es cuestión de estar atentos a los nombres de las estaciones, nada más. 

El lado asiático es algo distinto. Cuando llegamos, nos recordó un poco al barrio porteño de Once —a grandes rasgos, por el caos, los negocios y el movimiento de gente local—, pero sólo fue momentáneo. Después de caminar un poco, encontramos las cuadras principales, plagadas de bares y un ambiente mucho menos turístico a nivel de atracciones, pero aún así muy atractivo para para recorrer. Acá está la movida de Estambul, y es muy fácil encontrar un pub para tomar una cerveza o comer algo. Incluso si quieren un break de la comida turca, hay mucha variedad para elegir. 

La ciudad de noche es otra, que merece ser visitada y fotografiada. La iluminación y los edificios hacen una combinación muy única. Los puentes, con sus luces que se ven desde el avión; las mezquitas, que se rodean de una mística muy hermosa; las callecitas, que siguen con esa regla europea de inspirar muchas cosas cuando cae la noche y se prenden las luces. Caminar por Estambul de noche es casi obligatorio. Los locales de comida se iluminan y los vendedores salen a las calles para invitarlos a tomar algo, a probar algún plato, a revisar la carta… 

El consejo más grande que puedo darles sobre esta ciudad es que vayan. A veces existe una duda sobre la cultura tan distinta, y he escuchado mucha gente decir que no es una ciudad que les interese conocer porque “¿Qué hay en Estambul?”. A veces es la ignorancia de destinos que quizás no son tan populares de este lado del globo —como lo son Roma, Barcelona o París—, lo que nos hace dejar de lado estos destinos; pero puedo dar fe que no tiene nada que envidiarle a las grandes capitales europeas. La diferencia cultural es justamente una de las tantas cosas que hace de esta una ciudad tan mágica, donde cada calle parece una aventura nueva para descubrir. Nosotros definitivamente nos quedamos con ganas de ver mucho más, así que no tendremos más opción que volver.

Pronto estaremos publicando una guía con atracciones, qué comer y cuáles son los precios promedio de nuestra estadía en Estambul que, si bien corta, alcanzó para que ya estemos pensando en una segunda visita a Turquía.

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