Cerca de casa: fin de año en Madrid

Me habían dicho que iba a amar la capital de España antes de conocerla. Casi la mitad de mi familia es de herencia española y mi apellido materno también, por lo que siempre me generaron una mezcla entre curiosidad y familiaridad las costumbres del país que vio nacer a tres de mis bisabuelos.

Llegamos muy temprano a al aeropuerto de Barajas un 30 de diciembre, después de un viaje de trece horas por Air Europa algo accidentado. La aerolínea personalmente la recomiendo. Viajé varias veces con ellos y nunca tuve problemas (para los que vuelen con ellos, solo recuerden llevar sus propios auriculares, porque los cobran). Los bebés que lloran intermitentemente durante vuelos de trece horas o las personas que tienen muchísimo para hablar cuando todos están durmiendo son cosas que, lamentablemente, escapan a las aerolíneas.

Teníamos valijas llenas de ropa de abrigo y eran poco más de las cinco de la mañana, por lo que lo primero que hicimos fue emponcharnos y salir a buscar una forma de llegar al centro de la ciudad. Por cinco euros, un bus nos llevó a la plaza de Cibeles. El viaje no es placentero y es difícil manejarse cuando el equipaje es muy pesado, pero nos la rebuscamos para llegar a destino. El consejo eterno del viajero solitario (y con poco músculo) es ¡lleven lo justo y necesario! Las valijas después de un tiempo, si son muy pesadas, dan ganas de llevarlas a las patadas.

Estábamos en un hotel muy lindo que conseguimos en oferta (Tryp Madrid), a pocos metros de la estación Antón Martín. Obviamente, sabiendo que estábamos ahí nomás de la Puerta del Sol, lo primero que hicimos luego del check-in fue meternos en el subte y salir hacia el corazón de la ciudad.

Lógicamente, los últimos días del año no son un caos solamente en nuestro país. El centro madrileño era un mar de gente, locales y turistas, comprando cosas y sacando fotos, comiendo o tomando algo y disfrutando de las últimas horas de diciembre. Florida en hora pico, un poroto. Después de una pequeña caminata, nos fuimos por la Gran Vía y recordé algo que había leído. El famoso “chino del subterráneo”. Aunque suene a una broma, es algo real, algo que la gente que pasa por Madrid no deja de recomendar en los foros de viaje. Dejando el tapeo para otro momento, empezamos a buscar el famoso y oculto restaurante y después de muchas vueltas lo encontramos. El cuasi mítico restaurante Zhou Yulong se encuentra escondido en un parking de la plaza España, bajando por una escalerita que parece no llevar a ningún lugar. Pedimos una sopa china que estaba increíble, y lo acompañamos con cerveza y nos resultó barato. Es un local muy pequeño, muy poco tradicional, pero que vale la pena visitar.

Fecha complicada si las hay fin de año, pero eso no nos paró para recorrer. Y para comer tampoco. Un tapeo con un balde (sí, balde) de botellitas de cerveza en uno de los tantos locales típicos y un chocolate caliente con churros en la famosísima chocolatería San Gines. Visitas obligadas. El barrio de La Latina también es una buena opción si quieren irse de cañas; los domingos, sobre todo, ir a tomar una cerveza con amigos parece casi un paseo obligatorio por la zona. Tengan en cuenta que todo está desbordado de gente, ya que muchos de estos locales son bastante pequeñosHay un montón de locales de comida con un aspecto muy tradicional y sencillo, algunos con mesas a la calle, donde el ambiente era más relajado y la gente, en su mayoría joven y con menos exigencias a la hora de comer, parecía buscar reparo del frío en la época que fuimos.

La noche del 31, después de haber recorrido un poco la ciudad, pasamos por el hotel y nos preparamos para salir hacia la Puerta del Sol. La estación que llega hasta ahí está cerrada ese día, por lo que decidimos caminar. Compramos por unos pocos euros las famosas 12 uvas en un supermercado chino (las venden ya preparadas, en una bolsita) y unas cervezas para brindar. Si la ciudad era un caos a la tarde, durante la noche se pone peor, como en todo festejo de fin de año que se hace en la calle. Pero la experiencia es más que agradable. Fuimos con tiempo y aún así tuvimos que dar varias vueltas para llegar hasta la Puerta del Sol (la policía controla las calles de entrada para evitar problemas en el ingreso de la gente y los ingresos están limitados hasta cierto horario, así que nuevamente, recomiendo que vayan con tiempo).

Costó, pero llegamos a la Puerta del Sol con bastante tiempo de sobra hasta medianoche. Y tuvimos que comprarnos unas orejitas que hacían luces porque toda la gente estaba disfrazada, con pelucas, gorros o trajes más extremos y, a pesar del frío, todos tenían una cerveza en la mano y esperaban el año nuevo así, reunidos frente al reloj con amigos, familia u otros turistas del grupo.

Después de mucho preámbulo, llegaron las doce y, entre campanada y campanada, tratamos de comer las doce uvas mientras pedíamos deseos. En realidad, pudimos pedir tres o cuatro deseos, y después concentrarnos en seguir las campanadas y no morir ahogadas.

Pero la fiesta no termina cuando se terminan las uvas. La gente, entre el frío, el alcohol y la música, sigue de parranda hasta bien entrada la madrugada, generalmente en bares con mesas a la calle. Es un clima al que no estamos acostumbrados para esas épocas en este lado del globo, pero enseguida la calidez de la multitud lo compensa.

Y después de una noche larga, nada que unos mates o un buen café caliente en el Parque del Retiro no puedan curar al día siguiente. Salen la familias a aprovechar el feriado del primero de enero, y uno puede quedarse tranquilo ahí, matando el frío y disfrutando de la calma de la gran ciudad. Es otra de las postales más lindas de la ciudad de Madrid, sobre todo en esa calma extraña que tiene el feriado de año nuevo. Las principales atracciones turísticas se encuentran cerradas, por lo que resulta un buen día para calzarse los zapatos cómodos e ir a dar vueltas por una ciudad que, si bien ajena, resulta increíblemente familiar por sus construcciones, sus costumbres y su gente.

El último día, nos tocó la cacería de souvenirs por la Calle Mayor. La oferta es variada y hay cosas excesivamente caras e innecesarias, pero se pueden conseguir lindos recuerdos por un precio razonable. Los regalos de fútbol, ya sean de equipos locales o del popular Barcelona, están a la orden del día. Si tienen fanatismo por el deporte, la visita al Bernabéu es otro de los paseos obligados antes de dejar la ciudad (ya haré un post aparte sobre los fascinantes estadios europeos). La oferta tecnológica también es muy buena en Madrid. Durante el viaje, los mejores precios en celulares, cámaras y demás los vimos paseando por la capital española.

Madrid es una ciudad hermosa, donde sentimos cierta familiaridad con la arquitectura, la cultura y donde podemos disfrutar de la cercanía con la gente que nos da compartir el mismo idioma. Las fiestas, de cualquier tipo, son tomadas muy en serio y debe venir en la herencia eso de saber cómo festejarlas. Creo que todos deberían vivir alguna vez esta maravillosa experiencia de recibir el año entrante en la calle, rodeada de gente con la misma emoción y ansiedad por el año que comienza. Fue mi primer año nuevo lejos de mi familia, y creo que es una experiencia especial. Me llevo el recuerdo de una ciudad y un año nuevo hermosos, pero sobre todo me llevo el recuerdo de haber visto un pedacito de historia del lugar de donde viene una gran parte de la cultura que hoy en dìa conocemos como nuestra.

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