Mardel, siempre Mardel

MDQ - PH: Daniela Coccorullo

Hace unos días surgió la idea de hacer un viaje corto, en familia; una escapada de fin de semana con la intención de descansar un poco, usando como excusa el día de la madre. Hablamos de cientos de lugares y siempre que sí, que no, que muy lejos, que no sé. Sin embargo, ante la mención de Mar del Plata y la sugerencia de un departamento por playa Chica, la respuesta fue rápida y rotunda: Nos vamos.

Desde la ruta hasta las paradas, todo es familar. Es viajar entre anécdotas, entre recorridos pasados, entre viejos amigos. Es siempre igual, con historias que a veces se repiten aunque el público no se renueve. Familar.

Es llegar sin planes, sin itinerario, sin haber revisado qué hay para hacer y qué hay para comer. Es imposible hacer planes en una ciudad que me tiene tan acostumbrada a no tenerlos, después de haber vivido allá dos años y de haber pasado tantos veranos en sus playas. Porque los planes se van dando solos, porque cada esquina parece ser un recuerdo familiar, una fotografìa en el tiempo. Buscamos lugares que ya no estaban, confiterías que cerraron, restaurantes venidos a menos, nuevas marcas por conocer, infraestructura que dejó atrás los lugares donde pasabamos eneros y febreros completos, o breves fines de semana.

Es una sensación de deja vu, pero a la vez es darte cuenta que todo es tan familiar y, aun asi, tan nuevo. Tuve que hacer cuentas y anotar fechas para recordar que hacía ya siete años que no pisaba Mar del Plata. Siete años es mucho tiempo. Caminar por la ciudad fue darme cuenta que los lugares cambian tanto como uno, pero que la familiaridad se queda para siempre. A esa ciudad la sigo queriendo como sea y sé, que en el fondo, me quiere un poco a mí también. Que los recuerdos felices, aunque fuera otra persona en aquel entonces, también me pertenecen. Que los lugares cambian, los amigos se van, los locales cierran, los edificios crecen y todos se transforma, pero a veces seguimos enamorados del recuerdo y lo que significó un lugar en nuestras vidas en algún momento de ellas. Todas las historias que tengo de esa ciudad son cosas que añoro y que, a su manera, me hicieron feliz.

En los últimos años tuve la suerte de conocer muchísimos lugares increíbles, de tomar fotos de escenarios en los que jamás creí estar (y a veces me parece irreal haber estado), de conocer culturas que me fascinaron y me cambiaron de formas impensables. Y, sin embargo, Mardel es ese lugar seguro al que siempre quiero volver. De Mar del Plata tengo los mejores recuerdos. Largos veranos con la familia sentados en la rambla, de varias temporadas, que me dejaron gente conocida y lugares familiares, donde no necesito revisar Google Maps para encontrarlos. El recuerdo de noches con amigos, andando sin rumbo y congelándonos por las playas marplatenses, que tienen esa costumbre de no respetar mucho la lógica del clima. Tardes en la Bostón con mi mamá y mi abuela, tomando el té sin apuro y compartiendo una Espuma de Limón. Esas mañanas en el departamento que compartíamos con otra familia, donde los desayunos implicaban, en algunas ocasiones, cinco docenas de churros de Manolo. Esa primera vez en un Casino, únicamente para mostrar el DNI y probar que ya había cumplido, hacía pocas horas, los 18 años. La infancia, la adolescencia, volver como adulta. Mar del Plata es ese lugar que, más que una ciudad, es un recuerdo en sí solo, una lugar familiar y acogedor al que quiero volver siempre.

Conocí cientos de lugares y espero seguir conociendo muchos más. Pero si me preguntan un lugar en el que fui verdaderamente feliz, a 400km de casa sigue estando Mardel.

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