Río de Janeiro: la ciudad de los contrastes

Lapa, Río de Janeiro - PH: Daniela Coccorullo
Lapa, Río de Janeiro - PH: Daniela Coccorullo

Creo que todos los que disfrutamos de viajar, e intentamos hacerlo lo más seguido posible, tenemos una lista de destinos pendientes que esperamos conocer en algún momento. Río de Janeiro estuvo desde siempre entre esos que más deseaba conocer pero que, por un motivo u otro, terminaba postergando inevitablemente.

La última vez que había estado en la ciudad carioca, había sido desde la panza de mi mamá. Andá a saber si fue eso, o las historias de la familia sobre una de las ciudades más lindas del mundo, pero siempre había querido conocer Río de Janeiro. Gracias a una de esas cosas del destino, terminé ganando por Al Mundo y Gol unos pasajes a Brasil (ya contaremos un poco más sobre el vuelo), a cualquier destino, y sabía desde un principio cuál iba a ser el elegido.

Me había pasado con otras ciudades, que a primera vista parece que las conocés. Cuando el micro que nos llevó desde el aeropuerto hasta nuestro hotel dobló en la esquina del Hilton y empezó a avanzar por Avenida Atlántica, por la emblemática costa brasileña, con esa pasarela tan icónica con sus dibujos y sus puestitos, sentía que había estado ahí en algún momento y, a su vez, que cualquier imagen que había visto antes no le hacía justicia a una de las avenidas costeras más lindas que vi. Es una sensación casi normal, cada vez que viajo, de sorprenderme con cosas que creía ya conocer. La belleza de las playas de Copacabana, con sus detalles y su gente, me enamoró.

Pero no es solo la playa. Hay algo de los habitantes y el clima de Brasil que fascina un poco, y que se masifica en ciudades como Río. Y no me refiero únicamente a los 29 grados en pleno inicio del invierno, sino algo más. Es la actitud. Es la voluntad y esa sensación de despreocupación que parece flotar en el aire. Es la onda, quizás la caipirinha o tener playas bellísimas para disfrutar todos los días en el medio de una ciudad cosmopolita, pero hay una vibra de relax que parece llenar las calles que van de Leme hasta Leblon y que se vuelcan sobre sus playas, repletas de gente incluso en días laborables.

Igualmente no nos quedamos solo con el sol y el mar. También, además de la belleza de Río de Janeiro, habíamos escuchado hablar de problemas que son moneda corriente de la ciudad donde vivimos. La inseguridad, los robos y todos esos fantasmas que acechan cuando uno viaja a una ciudad tan grande, tan poblada y de la que ya ha escuchado historias de gente conocida. Me cuesta mucho, sin embargo, quedarme con las palabras y opiniones de otros. Me cuesta no salir por mi cuenta y explorar un lugar, sea en la parte del mundo que sea. Siempre tomando los recaudos necesarios, salimos a recorrer el centro carioca. Intentando siempre mantenernos por avenidas y cuidando cosas de valor, teniéndole el respeto que uno puede tenerle a una ciudad tan grande y desconocida, recorrimos el centro que sorprende con los contrastes que muestra ante las escenas de costa y playa, gente corriendo y disfrutando del sol, y la ciudad, la gente trabajadora y que vive en el centro, las diferencias entre las construcciones y las vibras de un lugar maravilloso que parece tener dos caras. Desde el camino al aeropuerto, se pueden ver las casas de ladrillo frente al hotel Ibis. En la ruta que va de Ipanema a Barra de Tijuca se pueden observar las casas que se irguen en la Rocinha, una de las favelas más grandes de latinoamérica, ubicada entre dos de las zonas más caras de Río.

Hay tantos atractivos turísticos, que no alcanza una nota para ponerlos todos. Creo que de a poco vamos a ir contando y armando una guía para los que vayan a conocer o decidan volver a esta ciudad, que definitivamente pide volver más de una vez, aunque sea para volver a pasear por la Avenida Atlántica comiendo un churro relleno o un choclo.

Es una ciudad con tantas caras que uno se maravilla de ir caminándola (porque hay que caminarla). Todos esos edificios descuidados que contrastan con las obras que fueron realizadas en los últimos años para el Mundial y los Juegos Olímpicos. Las pequeñas casas que parecen volcarse sobre los morros y los grandes edificios que se encuentran cerrados como pequeños barrios privados en las zonas más top de la ciudad. Las playas y los vendedores, los turistas y los locales, los paseos populares y las novedades, las cervezas y los cocos… Hay tanto para ver, que sentí que una semana se pasó volando. Es una ciudad en la que uno, a pesar de los cuidados y las advertencias, se siente a gusto. Yo no sé qué será, pero la calidez carioca es contagiosa y resulta fácil sumarse a esa facilidad que parece, en esencia, invitar a ser parte de esa alegría despreocupada que se esparce por las playas de la ciudad. Pero también resulta interesante ver la otra cara, esa parte de Río que poco se ve en las guías turísticas pero que, sin embargo, era la esencia de la ciudad desde que la visitaron mis viejos y, hoy en día, se encuentra más viva que nunca.

Es una ciudad que hay que conocer. En estos días voy a estar contando un poco más sobre la experiencia en esta gran ciudad, los recorridos y lugares para conocer y las cosas que más disfrutamos en este lugar, al que es imposible no querer regresar a nada de haber vuelto.

Te dejamos una Guía para conocer Río de Janeiro viajando en Metro.

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