Volver a la ciudad eterna, volver a Roma

Piazza del Popolo - PH: Daniela Coccorullo
Piazza del Popolo - PH: Daniela Coccorullo

Creo que de todos los lugares nos llevamos algo. Quizás es sólo una buena o mala impresión. Quizás son rincones, personas, recuerdos. Quizás es sentido de pertenencia. Quizás es algo que no se puede explicar muy bien, que no es simpatía ni desprecio, que no es agrado ni rechazo, que no es blanco ni negro. Esa era Roma en mi cabeza después de haberla conocido. Era el recuerdo de querer volver, sin saber muy bien por qué, sin entender la fascinación que me había llevado de aquella ciudad.

Distinto fue el recorrido que hice esta vez, en una época muy diferente y durante casi cinco días. La primera oportunidad, había estado en primavera. Esta vez, llegué el ocho de enero (aunque había pasado una pequeña escala durante el 30 de diciembre, de la que ya te contaré en otro momento), y todavía podían verse las decoraciones navideñas, los vestigios de las fiestas y esa sombra que poco a poco iban dejando las vacaciones europeas. Entre calles vacías nos perdimos hasta llegar a Piazza Spagna y disfrutar del árbol de colores que se lucía en la cima de la popular escalinata.

El clima en invierno es distinto: la noche cae pronto, las calles parecen más vacías, los locales más solitarios… Es una alternativa a ese habitual caos de las capitales, una opción para poder disfrutar de los monumentos, los lugares y los detalles con un poco más de paz. Aunque yo soy team invierno, reconozco que a veces el frío puede ser un problema para recorrer. Lo que tiene Roma es que el invierno no es tan crudo como en otros lugares de Europa, y con un buen abrigo se está bien.

Al día siguiente, y después de un gran recibimiento en el Hotel 59 Steps Trevi junto a un buen desayuno, salimos a caminar por la ciudad. Ese día habíamos decidido ir al Coliseo. Con anticipación habíamos comprado los tickets por internet (desde acá), que salen 12 euros por persona, son válidos por dos días y permiten ir no sólo a la maravilla romana por excelencia, sino también visitar el Foro Palatino.

Ya había estado en el Coliseo antes, pero el recuerdo que me llevé este año fue muy diferente: lo primero que llama la atención son los hombres armados que, erguidos al lado de sus vehículos o patrullando por los alrededores, intimidan a cualquiera. El control, previamente inexistente, nos demoró poco menos de quince minutos, pero estábamos avisados que en temporada los tiempos pueden ser bastante más extensos. Hay que tener en cuenta que ahora sólo permiten el ingreso de 3.000 personas en simultáneo, por lo que los tiempos pueden variar dependiendo de la concurrencia. Nosotros fuimos con una mochila pequeña y el bolso de la cámara (es importante no llevar cosas grandes), y en poco tiempo ya estábamos dentro de uno de los monumentos más maravillosos que tuve la suerte de conocer.

Aunque hay opciones de tours guiados, con la audioguía el recorrido se hace bastante ameno. Hay mucho para ver y ahora es bastante más fácil conseguir buenos puestos para observar y mejores fotografías al haber menos gente. Nos demoramos ahí unas dos horas y, después de un stop para comer algo, fuimos a la heladería Giolitti para buscar el postre. Dado que el pase del Coliseo y Foro Palatino es válido para dos días, nos pareció razonable dejar este último para el día siguiente. Como un poco de shopping no le hace mal a nadie, decidimos pasar por los locales de Via del Corso para aprovechar las rebajas de invierno. Si bien Italia no es uno de los países más baratos de Europa para hacer compras, para nosotros seguía siendo muy barato. Conseguimos camperones por 80 euros y sweaters por 15 o 20. Valijas que habían ido medio vacías, entre ropa, souvenirs y comida, volvieron con unos cuantos kilos más. Y, para qué mentir, nosotros también.

En la noche previa a mi cumpleaños, no podía evitar disfrutar un poco de la noche romana. Después de caminar las cuadras frías y tomar un Aperol en un bello bar del centro (The Public House, un pub con un ambiente cálido y tranquilo), pasamos por la Fontana Di Trevi antes de las doce de la noche. Increíble pero real, tener una foto de la fuente sin una persona metida en el medio parecía un sueño. El invierno tiene sus ventajas, aunque haya que sufrirlo un poco. Con una moneda y un deseo de yapa, esa fue la forma en la que decidí recibir mi último cumpleaños.

Al día siguiente salimos un poco más tarde de lo esperado para el Foro Palatino. Nuevamente, no hubo tal cosa como tener que esperar para entrar, sino que directamente pasamos con nuestros tickets por los molinetes. Esta vez, hicimos el recorrido sin ningún tipo de guía y dejándonos llevar por los indicadores y los textos distribuidos a lo largo del camino. En una amplia caminata llena de ruinas e historia, le dedicamos unas buenas horas a este lugar. Por la tarde, elegimos seguir nuestro camino por la Torre Argentina. La visita a la Torre Argentina, más allá de la relación que tiene con Julio César, estaba en mi itinerario por una razón particular: el lugar es conocido como un santuario de gatos. No sólo son animales que andan merodeando por el lugar constantemente, sino que también, debajo de las ruinas, funciona un lugar que se dedica especialmente a cuidar, curar y encontrar hogar a los gatos callejeros de la ciudad eterna. Ya me explayaré sobre este tema, pero es sin dudas un sitio que todos los amantes de estos hermosos animales deberían visitar.

Después de nuestro paso por el santuario de los gatos, seguimos por Corso Vittorio Emanuele II hasta el imponente Castillo de Sant’Angelo, en otro de los espacios que más me gustaron de Roma. Rodeando el castillo está el Parco Adriano, un lugar tranquilo, que parece una porción alejada del ruido de la ciudad. Durante la época de invierno, también hay una pequeña pista de patinaje sobre hielo oculta entre los caminos de este espacio verde.

Otra de nuestras paradas fue el emblemático Vaticano, al día siguiente, que también merece un post aparte. En esta visita, la segunda, decidimos no hacer los museos, pero es una experiencia muy interesante, sean religiosos o no. Como dije, la seguridad está ahora a la orden del día y policías y milicia pueden verse por doquier. En el stop gastronómico, el elegido fue Angry Pork, un pequeñísimo restaurante de porchetta y birreta que nos deleitó con sus sándwiches de cerdo y un ambiente cálido a pocas cuadras de la Santa Sede.

Por la tarde, nos dimos otro gusto y fuimos hasta la Piramide di Caio Cestio, para poder merendar en uno de los lugares que esperaba visitar desde que llegamos: Romeow Cat Bistrot, un pequeño café de gatitos escondido en un rincón de la ciudad. Obviamente, la experiencia merece un post aparte. Creo que ya a esta altura no es noticia cuánto amo los gatos. Por la noche fuimos a cenar a Carlo Menta, un lugar que nos habían recomendado y que sin dudas no nos defraudó con su comida. El barrio del Trastévere, inusualmente vacío, también fue una linda caminata para la noche de miércoles.

Ya habíamos estado durante nuestra escala por Piazza Navona y Piazza del Popolo. Sin embargo, durante nuestro último día en Roma decidimos volver y seguir el recorrido más a fondo y visitar Villa Borghese. Recomendable llegar hasta acá, ya que las vistas que se obtienen de la ciudad son increíbles. Además, es otro barrio de la ciudad muy lindo para caminar y conocer.

Aunque obviamente hay mucho para explayarse y, si fuera por mi, podría estar hablando sobre Roma una vida, creo que la idea es concisa: Roma es una ciudad con mucho para hacer, mucho para ver y que, definitivamente, tiene algo que nos hace querer volver. Hay algo de Roma, de la ciudad eterna, que siempre nos va a dar excusas para visitarla una vez más.

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