Hay más que vino en Mendoza

Cañon del Atuel - PH: Daniela Coccorullo
Cañon del Atuel - PH: Daniela Coccorullo

Siempre que tengo que ir al sur de Argentina, disfruto de su gastronomía y, especialmente, de su famosa cerveza artesanal, que es algo que me encanta. Cuando decidí tomarme unos días de vacaciones en Mendoza, lo primero que me dijo todo el mundo es: “ah, te vas a tomar unos buenos vinos, qué lindo.”(Plot twist: no soy una gran fanática del vino, y la realidad es que cualquiera me da más o menos igual.) Grande fue mi sorpresa cuando, aún sin visitar bodegas ni probar más que algún tinto regional con alguna comida, disfruté muchísimo de la provincia a la que todos van en busca de los mejores vinos del país.

No es sorpresa que nuestro país tiene postales bellísimas, no me canso de decirlo. Cada lugar de Argentina que tuve la suerte de ver me dejó imágenes hermosas de lugares que parecen irreales, casi imposibles de imaginar a pesar de haberlos visto en tantas fotografías. Mendoza, a pocos kilómetros de la cordillera, no iba a ser la excepción. Nos alojamos en el piso 14 de un hotel con vista a la montaña, esa fue la primera imagen de muchas que me hubiese gustado traerme conmigo para verlas todos los días.

La ciudad de Mendoza es linda para transitar a pie. Aunque en invierno la amplitud térmica es bastante grande (unos 5 grados a la mañana, que a la tardecita se convierten en 21 o 22), estando en un hotel más o menos céntrico los atractivos principales dentro de la ciudad quedan a una buena distancia para caminar y conocer: la peatonal, las plazas, los restaurantes, los negocios. La hotelería es variada en cuanto a precios y categorías en el centro, por lo que hay para todos los gustos y presupuestos. El Parque General San Martín, con su cerro, su rosedal y sus vueltas, es hermoso para caminar y sentarse un poco, mates de por medio, a disfrutar del calorcito mendocino y la belleza de una ciudad que, a pesar de su movimiento, conserva las costumbres de la siesta, la tranquilidad y la limpieza. Visita obligada al Cerro de la Gloria en el parque, para obtener una vista panorámica de la ciudad. Si no están en estado físico para hacerlo a pie, hay buses turísticos que les permiten subir y, de paso, recorrer el resto de los puntos más populares en el día.

Además de la ciudad, también tuvimos la posibilidad de explorar un poco los alrededores. A eso de las siete y media de la mañana salimos para Potrerillos, famoso por sus vistas y por esas aguas que reflejan el paisaje, algo que parece moneda corriente en las aguas mendocinas. El trayecto siguió hasta Uspallata, donde con un chocolate caliente nos preparamos para el frío de Los Penitentes, el centro de ski más cercano a la ciudad, donde las vistas acompañan a los deportes en la nieve con una postal blanca increíble. Estando ahí, es inevitable seguir hasta el Puente del Inca, otra de las maravillas que tiene Mendoza escondidas entre pendientes y caminos de tierra. Ahí nomás, tuvimos la suerte de que el clima nos acompañara para ver desde lejos el imponente Aconcagua, que nos hace sentir insignificantes entre tanta inmensidad. En invierno no es posible llegar por el clima, pero ese mismo camino lleva al cristo donde se encuentra la división entre Chile y Argentina, pero al que sólo se puede acceder durante el verano.

Otra de nuestras visitas fue a San Rafael y al increíble (perdón por el excesivo uso de una palabra que, lamentablemente, no describe muy bien las maravillas que tuvimos la suerte de ver) Cañón del Atuel, con sus colores y sus aguas verdes, con flujos de agua cristalinos y piedras de todas las formas. El acceso por camino de ripio (ojo a los que se marean, Dramamine en la mochila) permite ver maravillas dentro de un lugar que parece tallado a mano. Los diques parecen salidos de las postales más lindas, de ilustraciones que dejan fotografías que no parecen de verdad. La ruta lleva hasta un parador tranquilo, que permite navegar o hacer rafting, o tomarse unos mates a la orilla de aguas transparentes y climas cálidos que en verano pueden alcanzar hasta los 40 grados.

La gastronomía en general, como en todo el país, es muy buena. Hay opciones baratas, aunque sentarse en un restaurante a comer bien es hablar de, por lo menos, unos $250 por persona. El plus es encontrar algún lugar alejado del centro, quizás al lado de un viñedo o estancia, donde los tiempos son distintos y uno puede disfrutar, para variar, de la paz de no tener que lidiar con los apuros y la rutina y tomarse su tiempo para apreciar los paisajes de una provincia que, sin dudas, es mucho más que su vino.

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